por Arsinoé Orihuela
Los turbios fondeaderos de la selección nacional
Cuatro directores técnicos diferentes al frente de la selección nacional en un plazo de 40 días; un centenar de jugadores convocados y desconvocados sin pena ni gloria; una cantidad obscena de infracciones a los procedimientos intrainstitucionales que dictan los estatutos de la Federación Mexicana de Fútbol, ahora convertida en un pusilánime elefante blanco al servicio de los caudales dinerarios y las veleidades de las divas de Chapultepec y del Ajusco; la ausencia de un sistema de juego mínimamente decoroso, y un inusitado desconcierto entre los jugadores para alcanzar los estándares básicos de rendimiento; la ilesa bonanza financiera, que no obstante la rampante mediocridad, sigue cosechando réditos con base en un espectáculo llanero; una afición que ya acusa –no sin alarma– un cuadro deficitario de inteligencia, entregada a la adoración de la vulgaridad, la mediocridad, constatando el creciente papel de educador que desempeña la televisión –ahora decidida a confiscar para sí la educación pública.
A la manera de un espejo de la arena social o política, los turbios fondeaderos de la selección nacional nos acercan a la realidad de un país hundido eternamente en el subdesarrollo multidimensional. Acá también los jugadores o cuerpos técnicos (como los maestros, o los trabajadores) viven a merced de los patronos, privados de sus derechos, degradados a entidades pasivas, en calidad de piezas reemplazables. (“No podemos decir nada, solamente acatamos ordenes, no tenemos voz ni voto… Siempre aquí en México la opinión del futbolista es lo último que está, casi no se toma en cuenta…” –Rafael Márquez). Un día son el empleado del mes, y al otro, objeto de escarnio público (Chicharito). Las instituciones formales (Femexfut) operan con base en la misma lógica: no gobiernan ni arbitran, sólo acatan instrucciones del proxeneta en turno (aunque acá es vitalicio). Lo que concierne al fondo vital –el futbol–, carece de orden, forma, sentido. Prima el caos, y la ruindad deportiva. Allí donde se ancla el señorío de los dueños del futbol, el futbol mismo se desvanece. Nada se mide con la vara de lo que uno asume fundamental; todo se decide en función de una sola variable, la única que figura en el acotado universo de representaciones simbólicas que orienta a los fácticos poderes: el dinero, la utilidad, la ganancia.
Pocas veces se escucha una crítica atinada e incisiva de una figura pública con autoridad, máxime en el tenor de una truculenta trama donde se mezclan intereses públicamente inconfesables e inconfesablemente públicos . Cedámosle el micrófono al injustamente malquerido “niño de oro”: “A los que más les interesa estar (en Brasil), por las grandes pérdidas económicas que esto (la descalificación) supondría, es a los dueños y federativos del futbol mexicano, porque se ha ganado una buena cantidad de dinero con este juguete llamado Tri, que funcionaba sin rezongar. Pero no se sabe si el juguete… ya lo descompusieron… Lo más triste de toda esta historia… es que la gente no se da cuenta y siguen siendo manipulados y condicionados para creer que los jugadores y los técnicos tienen la culpa de esta crisis… Están completamente equivocados… Si México califica al Mundial, no van a tapar con un dedo todas las malas decisiones y gestiones. Se tiene que cambiar, se clasifique o no se clasifique. No hay más remedio que cambiar el rumbo de la manera en que están manejando al futbol en México” (Hugo Sánchez, El Universal).
Acá no se sobredimensiona el tema del futbol. Por un lado, sirve perfectamente para el fin trazado: evidenciar el fiasco del lucro como incentivo a la calidad (premisa tácita en el discurso neoliberal), y su infecciosa influencia para el desarrollo de cualquier actividad humana, llámese deportiva, artística, e incluso productiva. Y por otro, se arroja luz sobre la situación actual del futbol, que a juicio de muchos no se puede obviar más: a saber, que “el fútbol se ha convertido en algo lo suficientemente importante como para exigirle un poco de responsabilidad social” (Jorge Valdano).
Educación: al borde de una gripe aviar
En lo que toca a la educación, se ha acordado barrer con todo valor de referencia que no redunde en subdesarrollo educativo e interés lucrativo –ingrata dupla referencial que rige los accidentados destinos de una sociedad al borde de la autodestrucción. Acá también, en los reinos de la educación, amenaza “el nido” con ensanchar su potestad, y el águila (no el de la insignia nacional, sino el del amarillo canario de Coapa) enseña a todos las uñas en señal de ofensiva. Escondido tras el disfraz organizacional de Mexicanos Primero, Grupo Televisa, el patrono vitalicio de esta asociación, busca instaurar la misma fórmula de subdesarrollo e interés lucrativo (que tiene hundido al deporte nacional) en el ámbito educacional. Es el otorgamiento definitivo de uno de los rubros más cruciales a nuestros conocidos fracasados. El título de esta triste trama versaría así: “El encumbramiento del fracaso y su hambrienta horda de regentes”.
Pero a diferencia del futbol –relativamente marginal–, acá la lamentación –la nocividad– sí sería mayúscula. La incursión del lucro en la educación, y la consiguiente desnaturalización, acarrearía el fracaso imperativo de la instrucción. La inquietud ya ronda, a modo de susurro, en los cadalsos donde la educación, forzada al apoltronamiento, espera la orden de muerte: “¡México es el país donde los pobres se vuelven más pobres, los ricos más ricos, los maestros delincuentes y los burros presidentes!”