El operativo en la Iglesia Santa Cruz
por Sebastián Alejandro Rey
Abogados por la Justicia Social (AJUS).
MEMORIA. Hoy [6 de diciembre] se cumplen 33 años del operativo realizado en la Iglesia Santa Cruz por el Grupo de Tareas 3.3.2 de la Armada Argentina, donde fue secuestrada la hermana Alice Domon. Dos días más tarde, fueron privadas de su libertad Azucena Villaflor la hermana Léonie Duquet. Mucho se conoce en la actualidad sobre la vida de las hermanas Alice y Léonie a través de documentales, entrevistas y numerosas notas. Algo similar ocurre con relación a Azucena, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Sin embargo, otras nueve personas –cuyas historias de vida también merecen ser recordadas– fueron víctimas de la infiltración ideada por la mano derecha de Massera, Jorge “el Tigre” Acosta, y practicada por Alfredo Astiz.
Las 12 víctimas fueron llevadas a la ESMA, donde se las torturó y, luego de dos semanas, fueron “trasladadas” en los “vuelos de la muerte”. Gracias a la infatigable labor del Equipo Argentino de Antropología Forense los restos óseos de Auad, Ponce de Bianco, Duquet, Villaflor y Ballestrino de Careaga que habían sido enterrados como N. N. en el cementerio de General Lavalle, lograron ser identificados. Los cuerpos de las otras siete víctimas no han sido hallados hasta el momento.
Un relato sobre las desapariciones en la Iglesia de la Santa Cruz
por María Laura Ortiz
(…) Este escrito recupera la historia más conocida de la Iglesia de la Santa Cruz, la que se fue contando de boca en boca por el pueblo argentino. La historia que algunos se animaron a gritar a los cuatro vientos pidiendo justicia. Esa es la historia de la desaparición de las dos monjas francesas: Alice Domon y Léonie Duquet, que se vincula también con la desaparición de Azucena Villaflor de Devincenti, todas acaecidas en diciembre de 1977. Esa cuenta cómo un crápula como Alfredo Astiz pudo infiltrarse en el grupo de familiares de desaparecidos que estaba comenzando a formarse en torno de la Iglesia de la Santa Cruz, en la Capital Federal, cómo pudo hacerse pasar por otra persona -un hermano de desaparecido-, cómo señaló a algunos de ellos y cómo los secuestraron, los llevaron a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), los torturaron y finalmente, los asesinaron.
Pero esa no es toda la historia. Hay otra historia, menos mediática que la anterior. Una que rememora la desaparición de los otros miembros de ese grupo de la Iglesia de la Santa Cruz, los que no eran extranjeros sino argentinos, los que no eran madres sino compañeros. Los que también dieron su vida, pusieron su cuerpo, su cuero, su lomo, todo, al servicio de sus ideas revolucionarias: los cinco militantes de Vanguardia Comunista (VC).
La caída
En esas reuniones en la Iglesia de la Santa Cruz comenzó a asistir un tal Gustavo Niño, aunque en realidad deberíamos decir Alfredo Astiz que se hacía pasar por Niño. Había sido invitado por el artista plástico Remo Berardo, quien lo conoció en las rondas de las Madres en Plaza de Mayo. Y no sólo lo invitó a la Iglesia, sino que además profundizó el lazo con varios convites organizados en su atelier en La Boca, lugar del que fue secuestrado antes que el resto del grupo gracias al trabajo de Astiz como miembro del GT332, el grupo de tareas de la Armada.
Niño no iba solo, concurría acompañado de una joven que debía hacerse pasar por su hermana. Se llamaba Silvina Labayrú, era una secuestrada de la ESMA, ex militante de Montoneros. Tenía 20 años cuando fue secuestrada por la Marina y estaba embarazada de unos meses. Cuando dio a luz a su hija Vera durante su cautiverio, Astiz entregó a la recién nacida a sus abuelos, y al mismo tiempo comenzó a amenazar a la familia para que cumpla con sus órdenes, so pena de perder a Vera. Para Silvina, la orden era asistir a las reuniones de la Santa Cruz como hermana de Gustavo Niño para que su infiltración fuese más creíble.
Esa infiltración es recordada por los sobrevivientes de esta terrible historia. Recuerdan que en las reuniones y debates adoptaba una actitud desenfadada, que estimulaba a la participación de los otros miembros del grupo para que expongan sus objetivos, sus ideas, sus proyectos; y que más de una vez dijo cosas con el claro objetivo de fragmentar y dividir al grupo.
Tanto en el grupo de la Santa Cruz como en la Plaza con las Madres, la presencia de Astiz fue siempre notoria. En parte eso se debió a que Azucena Villaflor le había tomado mucho cariño, lo defendía y casi lo había “adoptado” con su actitud sobreprotectora. No era para menos: Niño se le acercó diciendo que tenía un hermano desaparecido, que sus padres no sabían nada de la desaparición, que su madre estaba muy enferma y – para rematar esta siniestra historia- simuló ser menor de lo que era para generar una imagen de mayor desprotección: aseguró tener 18 años, aunque en realidad tenía 27. Leer más