Por Juan Arias | 14 de agosto de 2013
A pesar de que Brasil es aún una especie de paraíso natural por su grandes espacios de bellezas entre bosques vírgenes y playas aún incontaminadas, el hacinarse de la gran mayoría de los cerca de 200 millones de personas en ciudades de cemento, empieza a preocupar a los responsables por la salud pública.
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Vuelve así a ser estudiada la llamada “magia verde” como terapia de medicina preventiva. Se multiplican los estudios científicos sobre los efectos favorables para la salud física y metal del contacto con el verde, que produce, al parece, efectos directos sobre una serie de índices de nuestro organismo, como disminución del estrés; aumento de los glóbulos blancos, y por tanto aumento de la inmunidad , mayor oxigenación; regulación de la presión arterial y disminución del colesterol entre otras cosas.
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Esta semana, en Amanhâ, el suplemento del diario O Globo, Manuela Andreoni, analiza los resultados de toda una serie de estudios que desde 1984 se están realizando en el mundo sobre la influencia que el contacto con la naturaleza verde tiene en nuestra salud.
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La última investigación fue realizada por Mathew White, de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido. El estudio, que acompañó el comportamiento de diez mil personas durante 17 años, demostró, por ejemplo, que quién vive rodeado de verde, presenta menos problemas psíquicos que los que pasan la vida entre el cemento, a veces sin tener contacto con un árbol o una simple flor.
Aún no existen, es cierto, resultados completamente científicos sobre el efecto de la magia verde sobre nuestro organismo, ni se sabe si esas ventajas que van apareciendo en los primeros estudios al respecto son debidos a un factor cultural o genético.
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Cada vez más, sin embargo, se camina en la dirección de que el contacto con lo verde está relacionado con nuestra genética, ya que el Homo sapiens, vivió como primado millones de años adaptándose a la naturaleza en la que estaba siempre sumergido.
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Lo que cada vez aparece más claro a los empeñados en los estudios de la medicina preventiva es que la aparición, en nuestro camino, de un pedazo de magia verde produce efectos positivos en nuestro bienestar y, al revés, su ausencia, aporta un plus de estrés y malestar físico
Ha sido probado que en un hospital, un simple ramo de flores que recibe un enfermo aumenta su bienestar general. Que los que pasan el día encerrados en un cuarto sin ventanas y sin ver ni una flor ni una rama verde, acaban más estresados que el que tiene a su lado un simple vaso de geranios.
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El tema es tan importante que ya hay gobiernos que incluyen en sus programas de salud elementos de la magia verde. Por ejemplo, en Japón, desde hace ocho años existen locales donde se puede practicar una especie de terapia floral, es decir un simple paseo por áreas verdes para disminuir los índices de estrés.
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Ha sido probada que existe una gran diferencia en el organismo entre pasear por la calle o avenida de una gran ciudad en medio del tráfico y del cemento y el hacerlo en un parque verde.
Los primeros revelaron una disminución de un 16% de cortisol, un indicador del estrés, además de una disminución de un 5% de los latidos cardiacos y de una disminución de la presión arterial.
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Mientras en Brasil, en las calles, la gente presenta sus protestas por la falta de servicios en la atención a la salud pública, empieza a sentirse al mismo tiempo la necesidad de la búsqueda de nuevas terapias de medicina preventiva contra el estrés, entre ellas la aplicación diaria de la magia verde.
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Si hasta ayer el encuentro con la naturaleza verde producía una simple sensación de bienestar físico, a veces con sólo ver imágenes de esa naturaleza virgen, hoy se está llegando científicamente a la conclusión de que el ser humano, que fue proyectado para vivir rodeado de verde, recupera parte de su salud perdida en el cemento y en el asfalto con la vuelta a sus raíces, a sus bosque, ríos y mares aún no prostituidos por nuestra civilización plastificada
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Al revés, perdemos aquellas raíces cuando, por ejemplo, nuestros niños, enclaustrados en la dureza gris de las ciudades, ya no conocen la sensación de placer del olor que produce, por ejemplo, la hierba recién cortada. O la sensación de paz y bienestar que nos brinda la música producida por las agua de un río de montaña al danzar sobre las piedras limpias de su cauce.