Por Alfredo Zaiat
Como la economía es un espacio de disputa de poder, la construcción de expectativas es una de las trincheras más importante donde participan diferentes actores económicos y políticos. No se trata de la definición de la ortodoxia sobre las “expectativas racionales”, que postula que todos los agentes poseen el mejor conocimiento del funcionamiento de la economía y toda la información necesaria para definir sus comportamientos. Esa teoría afirma que así pueden evaluar riesgos y decidir en consecuencia su conducta y por ese motivo es muy difícil confundir a los agentes económicos. Es una concepción fallida que la realidad económica ha sabido refutar en varias oportunidades, especialmente en los mercados financieros. Distinto es el montaje de la “profecía autocumplida”, que es una predicción que directa o indirectamente conduce a convertirse en realidad. Si se propaga que va a escasear determinado alimento o combustible, muchos probablemente corran a comprarlo. El previsible comportamiento de acopio contribuirá a que aquella sentencia se convierta en realidad. Es, en sus comienzos, una definición falsa de una situación que conduce a un nuevo comportamiento que convierte en “verdadera” la mención inicialmente falsa. La construcción de esas profecías está muy ligada al manejo de las expectativas sociales sobre acontecimientos económicos. Por eso en ese terreno intervienen con intensidad diferentes actores políticos y económicos. Funcionarios del área económica y hasta la propia presidenta CFK disputan ese espacio con la oposición, grandes medios y grupos económicos. En el juego de orientar las expectativas, un grupo numeroso de economistas tiene un papel estelar.
El crecimiento espectacular de variadas plataformas de difusión de información, con el flujo al instante en Internet, la comunicación vía mail, la expansión de las redes sociales y los medios tradicionales, ha derivado en un canal impresionante de rápida distribución de todo tipo de análisis y especulaciones. En ese amplio mapa de circulación de noticias, la televisión sigue siendo uno de los principales modos de acceso a la información de quienes no leen diarios, apuntó el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz en la conferencia sobre la libertad de prensa en la Facultad de Periodismo de la Universidad de Columbia, en mayo del año pasado. Stiglitz debería sumar la radio como una de esas vías masivas de conocer qué está pasando. Por ese motivo el ex economista jefe del Banco Mundial señaló que en la televisión (y también en la radio) “la concentración puede ser más perniciosa que en otras áreas”. Esa concentración de los medios deriva en otra que tiene como protagonista a un elenco de economistas mediáticos que circulan por estudios de televisión por cable y radios, además de ser editorialistas y fuente de gran parte de los medios escritos.
Esa expansión de los medios de comunicación en un mundo económico dominado por la incertidumbre generada por las finanzas globales, lo que ha acelerado los ciclos de auge y crisis, exacerbó esa excitación por conocer la palabra de los denominados gurúes. Ese grupo de economistas del turno mañana, tarde y noche de las pantallas y el micrófono son los delegados más populares del poder económico para la construcción de expectativas. Las controversias en materia económica que se desarrollan en los medios son el paraíso de los lobbies. Esos economistas son sus representantes más destacados que se dedican a señalar qué es lo que se debe hacer en la economía. Sostienen un discurso que exponen como técnico pero resulta fundamentalmente político e ideológico, aspectos que no es cuestionable, pero sí lo es cuando lo ocultan detrás de una falsa neutralidad.
La exageración de determinadas situaciones de tensión económica colabora para consolidar la presencia en los medios de esos hombres de negocios dedicados a la comercialización de información económica. La incertidumbre la van acentuando con el constante mensaje de una crisis inminente. Esos economistas son parte importante de la construcción de la sociedad del miedo, que convierte a las mayorías en una masa ansiosa por saber qué va a pasar en un mundo lleno de incertidumbre. Ellos se presentan como los portadores del saber. Diseminar temores facilita su tarea de disciplinar a una sociedad para que acepte situaciones que serían rechazadas si fueran ofrecidas en un marco normal. El miedo es el vehículo para condicionar el comportamiento colectivo. En una era de incertidumbre global, la meta es imponer de ese modo políticas impopulares.
Esa prédica es permanente pero adquiere más penetración cuando irrumpe algún acontecimiento económico que provoca incertidumbre, y en especial miedo por lo que puede suceder. Capturan la atención emitiendo mensajes que advierten acerca de que algo malo puede suceder. Avisan sobre un peligro potencial de consecuencias desastrosas para la economía y por lo tanto para el bienestar de la población. No importa si predicen desastres donde no los hay y posteriormente no se verifican, puesto que luego no son interpelados por la catástrofe que no fue. Esa eventual desgracia varía según el momento. Hoy es el default que no es.
Esta evaluación cualitativa sobre el rol de los economistas mediáticos no tenía hasta ahora un análisis cuantitativo conocido para mostrar la capacidad de construcción de expectativas, y a la vez para comprobar el predominio en el espacio público del pensamiento económico conservador en la interpretación de diversos acontecimientos.
(…) Una sentencia declarada verdadera pese a que no lo sea puede influir lo suficiente sobre la conducta de los agentes económicos, ya sea por miedo o confusión, de modo que sus reacciones convierten finalmente el hecho o sus efectos en verdaderos. Una vez que una persona se convence a sí misma de que una situación tiene un cierto significado, y al margen de que realmente lo tenga o no, adecuará su comportamiento a esa percepción, con consecuencias en el mundo real. De ese modo se van moldeando las expectativas sociales, hoy con el default, ayer con la inflación, mañana con el empleo y siempre con el dólar.