por Salvador Capote


Se dice, además, que la principal ventaja militar de los drones consiste en que sus pilotos, incluyendo algunos que nunca han volado aviones reales, se sientan en cabinas a medio mundo de distancia, tal vez en alguno de los tráileres de la Base Aérea de Creech, cerca de Las Vegas (uno de los principales centros de dirección de los “Predators”), a buscar en las pantallas de sus computadoras los posibles blancos.
Dudo, sin embargo, que ahorrar la vida de los pilotos tenga algún peso en las consideraciones de los estrategas del Pentágono para favorecer la fabricación de los drones. Mucho más convincente es el hecho de que la tecnología moderna y el uso de nuevos materiales, permite construir naves aéreas capaces de experimentar bruscos giros y aceleraciones que el ser humano, susceptible a una condición conocida como pérdida de conciencia gravitacional (“G-LOC”), no puede soportar, aún con trajes especiales. Un drone podría realizar movimientos para eludir ataques, decenas o cientos de veces más violentos que los aviones tripulados más novedosos. No es pues la compasión sino la tecnología lo que deja a los pilotos en tierra.