
En los últimos 12 años más de mil cien periodistas y trabajadores de medios han sido asesinados por su ejercicio profesional. Murieron porque alguien no simpatizaba con lo que escribían o decían, porque estaban investigando lo que alguien no quería que fuera investigado, porque a alguien no le simpatizaba el periodista o simplemente porque estaban en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
Cada trabajo tiene sus riesgos y los periodistas, quienes deben dar a conocer lo que alguien quiere que se mantenga en silencio, enfrentan un riesgo mayor. Pero hoy día, los peligros son terriblemente grandes. En algunas partes del mundo, el acoso, las amenazas y acciones peores, se han convertido en parte inevitable de la profesión.
Cada muerto es una tragedia para amigos y familiares y un evidente desperdicio de talento. Estas muertes violentas no recogen la historia completa, pues los informes oficiales se centran en aquellos colegas asesinados en guerras, conflictos civiles, o sobre quienes han sido amenazados. Registran la muerte de periodistas en incidentes durante un cubrimiento peligroso, pero no registran los fallecimientos en accidentes de tránsito cuando intentaban llegar al lugar de los hechos, o por trabajar más allá del cansancio, o por confiar sus vidas a conductores que no conocían una carretera oscura y peligrosa. No informan sobre aquellos que sobreviven pero quedan tan ci- catrizados mental y físicamente que no pueden trabajar de nuevo. No registran el estrés postraumático de quienes sobreviven y se rehúsan a ingresar en áreas que han comprobado ser fatales para sus colegas.
Los ataques contra periodistas transmiten un efecto escalofrian- te: desactivan la habilidad investigativa de muchos colegas y le niegan al público su sagrado derecho a ser informado. Muchas veces este es el objetivo. La violencia contra los periodistas es una política deliberada de sujetos que hacen trampa, roban y violentan a sus comunidades, para evitar la exposición y permanecer en la sombra.
El papel de los gobiernos
En ocasiones los gobiernos están directamente implicados en ataques contra la prensa. Habitualmente los gobiernos tienen una actitud ambivalente hacia los periodistas, y no le dan prioridad a su protección. Cada año los grupos de libertad de prensa y periodistas protestan por la falta de preocupación gubernamental ante los ataques contra trabajadores de medios. Pocos asesinatos de periodistas son investigados apropiadamente y es mucho menor el número de autores intelectuales presentados ante la justicia. A menudo los asesinos cuentan con la complicidad de la impunidad. La democracia no puede funcionar de manera adecuada mientras los periodistas estén afectados por el temor, pero muchos políticos y funcionarios del Estado consideran que un periodista temeroso es un periodista convenientemente sumiso.
Hasta gobiernos que se enorgullecen por sus credenciales democráticas, ponen a los reporteros en riesgo al otorgar a la policía o a cortes judiciales el derecho a decomisar material, o cuando promulgan leyes que exigen revelar sus fuentes o entregar información confidencial. Esas leyes pueden hacer que los periodistas parezcan cuasi fuerzas estatales. Por lo tanto, personas involucradas en manifestaciones o protestas pueden creer que ser observadas por un periodista equivale a ser observadas por la policía. Leer manual